martes, 11 de marzo de 2014

la cruz

La cruz. Me alejo de su significado de muerte tan arraigado en nuestra sociedad. Estoy cansado ya de tanta sangre derramada, de tanto sufrimiento. Para mí, la cruz en el encuentro, la confluencia de caminos, el canto de una moneda, el punto de fusión… de dos aspectos de un mismo ser que se buscan y por fin se ven cara a cara. Bien es cierto que para que esto suceda hemos de elevar, sublimar, la materia con la que estamos hechos hasta ahora. Una “nueva” partícula entra en escena cuando somos conscientes de nuestra insignificancia, ignorancia, y un deseo predomina sobre otros: conocer nuestra esencia.

En la búsqueda de este conocimiento utilizamos una herramienta: nuestra mente. Y es tal el poder que le damos que corremos el peligro de ser sus esclavos. Es a este poder al que hemos de dar “muerte” simbólicamente hablando, pues realmente lo que nos lleva a “vencerla” es volverla a su utilidad esencial: la supervivencia y la comprensión del mundo en que vivimos. En la senda emprendida la supervivencia domina durante una etapa de nuestra vida, cuando tenemos resueltos la carencia de vivienda, alimentación… etc., podemos atender otras necesidades vitales para nosotros, claro que no es incompatible atender diferentes necesidades a la vez.

Es similar a las diferentes etapas desde el nacimiento hasta la vejez. Al principio cubrimos las necesidades básicas: alimentación, el cariño de nuestros congéneres…, para más adelante dar paso a nuestra necesidad de relación social, el encuentro con otros desconocidos. En la adolescencia despertamos inquietudes hasta ahora dormidas: nuestra razón de ser en el mundo y la búsqueda grabada a fuego de nuestro par, nuestra alma gemela. Aseguramos de este modo tanto la supervivencia de la especie como un motivo para ser y existir además de la simple supervivencia. Nuestra actividad emocional y mental entran como volcán en plena erupción. Vemos cara a cara la vida y la muerte a nuestro alrededor; las consecuencias de nuestros deseos insatisfechos sobre los demás y nosotros; las consecuencias del intento de posesión, tanto de otras vidas como de las cosas que nos rodean; incluso podemos entrar en una noria sin fin aparente de placer y sufrimiento, pasando del uno al otro como los segundos pasan en un reloj. Nuestras vivencias antes o después nos llevan a un punto sin retorno: tocar fondo.

Este estado emocional y mental no es más que el principio del restablecimiento de nuestra autoridad sobre nuestro cuerpo, entendiendo éste como un todo, tanto físico, emocional y mental. El desajuste, la desarmonía, nos ha llevado a su materialización: la enfermedad. Si ésta no se ataja a tiempo acaba siendo sentida por nuestras células. Acabamos pensando que hay una solución a nuestro malestar: un cambio de rumbo. Y empezamos a buscar soluciones. La espiritualidad es una palabra que nos empieza a sonar. La palabra amor empieza a trascender del mero deseo egoísta. Queremos saber por qué y para qué estamos en este planeta, uno más entre la infinidad de ellos que hay –antes no nos preocupaba, éramos el centro–. El otro ser humano nos empieza a preocupar por sí mismo, no por lo que nos pueda aportar a nuestra triste o alegre vida.

Amor, amor, amor. No dejamos de repetirlo y un sentimiento emerge, nuestro corazón palpita de un modo nunca sentido. Nos olvidamos de nosotros y nuestra vida cobra un nuevo sentido, hay una verdadera razón para vivir. Al mismo tiempo nuestros desequilibrios van poco a poco desapareciendo, la sanación ha partido de nosotros y el universo sentimos que nos ayuda. Damos gracias al “cielo” y queremos saber qué es ese “cielo”. Sin saberlo, la partícula que hasta entonces dormitaba empieza a palpitar al mismo ritmo que nuestro corazón. Parece estar situado junto a él, abarca todo el cuerpo, pues es un sol que empieza a vibrar compartiendo su luz. Cuanto más amamos más intensa es su fuerza energética, tanto que nos trasciende físicamente irradiando a nuestro entorno y aún más allá. Ahora ya no nos percibimos como sólo un cuerpo físico, emocional y mental… Hemos “nacido” a un nuevo estado del ser: crístico. El cielo y la tierra se han encontrado y fusionado. Hemos entrado en la Senda del Corazón. Ha nacido una hija, un hijo, de Dios.
Esta cruz si es la mía.
Ángel Hache E
FB: grupo Sendero al Infinito

No hay comentarios:

Publicar un comentario