Como mujer sabia, ME DOY PERMISO
Me doy permiso para separarme de las personas que me maltratan, de las que me tratan con brusquedad, con presiones o con violencia.
No acepto la brusquedad ni mucho menos la violencia, aunque vengan de mis padres, de mi pareja, de mis hijos o de cualquier persona.
Los individuos bruscos o violentos, desde este mismo momento, quedan fuera de mi vida. Soy un ser humano que trata con respeto y consideración a los demás. Por tanto, merezco también consideración y respeto.
No he nacido para dar energía a los demás a costa de agotarme yo. Estoy harta de prodigar estímulos con tal de que continúen a mi lado. Mi propia existencia, mi ser, es de por sí valioso. Si quieren continuar a mi lado tienen que aprender a valorarme.
Me doy permiso para no tolerar exigencias desproporcionadas.
No voy a cargar con responsabilidades que les corresponden a otros que se desentienden de sus compromisos. Me doy permiso para no agotarme intentando ser una persona excelente. No soy perfecta.
Asumo plenamente mi derecho a defenderme, a rechazar la hostilidad ajena, a no ser tan correcta como quieren. Asumo, también, mi derecho a poner límites; a establecer barreras que me protejan de algunas personas, sin sentirme culpable. No he nacido para ser víctima de nadie.
La valoración, la aceptación y el aprecio que deben existir hacia mi persona, me los reservo.
Soy yo quien me valoro, me acepto y me aprecio a mí misma. No necesito que esas consideraciones vengan del exterior. No viviré encerrada o recluida en ninguna casa, ni limitaré mi vida a ese pequeño círculo de personas de las que quieren que dependa.
Me doy permiso también, de saborear las cosas de la vida que mi cuerpo y mi mente pueden asimilar con un ritmo tranquilo. Estoy decidida a profundizar en todo cuanto ya tengo y en todo lo que soy. Con esas pertenencias me basta y aún me sobra.
Y me doy el permiso más importante de todos: el de ser auténtica.
No me impongo la obligación de soportar situaciones y convenciones sociales que agotan y fastidian, que me disgusten y que no desee.
Ya no me esforzaré por ser complaciente.
Si alguien intenta presionarme para que haga algo que mi cuerpo y mi mente no quieren hacer, me afirmo tranquila y firmemente diciendo que no. Acostumbrarse a decir «¡No!» es algo sencillo y liberador.
A partir de hoy elijo sólo lo que me da salud y vitalidad. Me siento más fuerte y más serena cuando expreso mis decisiones como una forma de decir lo que quiero y lo que no quiero; y no como una forma de aceptar las elecciones que otros hacen.
No me justificaré: si estoy alegre, lo estoy; si estoy menos alegre, lo estoy; si un día señalado del calendario es socialmente obligatorio sentirse feliz, yo estaré como me dé la gana.
Me doy permiso para estar en una forma en la que me sienta bien conmigo mismo y no como me ordenan las costumbres, las tradiciones o como quieren que me sienta los que me rodean.
De aquí en adelante, lo normal y lo anormal que se manifieste en mis estados emocionales, lo establezco yo.
Adaptación de un texto de Joaquín Argente
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