Todo nuestro sistema de creencias se organiza
durante nuestra infancia, basado en las palabras nombradas por las personas más
influyentes afectivamente. La mayoría de las veces esa persona ha sido nuestra
mamá. Lógicamente todo eso que mamá nombró, estuvo teñido por el punto de vista
desde el cual ella observaba y comprendía la vida. Luego crecemos… pero las interpretaciones,
los recuerdos y las opiniones que emitimos, suelen seguir la línea establecida
desde tiempos remotos. Podemos decir que casi todos los individuos crecemos
usando una “lente prestada”. ¿Cómo sería una lente propia? Para que se haya
organizado, deberíamos haber contado con adultos conscientes y dispuestos a
observarnos y a preguntarnos a cada instante, acompañándonos en el despliegue
de nuestros procesos afectivos íntimos.
La cuestión es que el auto engaño es muy habitual.
Simplemente hemos crecido creyendo que somos “eso” que mamá ha nombrado: El más
bueno, el más valiente, el más maduro, el más tonto o el más molesto. Luego
disponemos nuestros escenarios desde esas miradas parciales, es decir
incompletas.
¿Cómo podríamos superar esos auto engaños? En
principio, aceptando las voces de los demás, sobre todo de quienes observan el
territorio desde puntos de vista bien diferenciados. Porque no se trata de
quien tiene razón, sino de ampliar la mirada.
Esto que ocurre habitualmente en nuestras vidas
privadas, se plasma de manera análoga a escala social. Las comunidades somos la
suma de muchos individuos -quienes incluso cuando las realidades internas, las
experiencias y los sentimientos nos conduzcan a otro lugar- preferimos defender
nuestras creencias engañadas y alejadas de nuestro ser esencial. Es automático.
Por lo tanto, entre todos organizamos comunidades fáciles de engañar.
Sostenemos ejércitos de personas aferradas a cualquier creencia dicha por
alguien en quien delegamos poder y a quien no estamos dispuestos a contrariar.
Como a mamá.
Por eso descreo de las transformaciones sociales si
no vienen entrelazadas con procesos individuales comprometidos con nuestra
realidad interior. Necesitamos abrir el juego. Precisamos no concordar ni
alinearnos con nadie, revisando los estragos de esa lealtad emocional
organizada durante nuestra primera infancia. ¿Por qué lo haríamos? Porque ya no
somos niños. En cambio seguir creyendo fielmente cualquier cosa dicha con
carácter y decisión, nos deja con las manos atadas. Es muy fácil engañar a
sociedades enteras, cuando la mayoría de quienes somos adultos hoy nos hemos
alineado ciegamente a los deseos de mamá. Cualquier político lo sabe.
Laura Gutman.
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