Enojarse es fácil, pero enojarse en la magnitud adecuada, con la persona adecuada, en el momento adecuado eso es cosa de sabios"
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Una de las emociones básicas planteadas por la psicología representada en muchas películas como "Falling down (Un día de furia)" o "Anger managment (locos de ira)" Actualmente el conocido Charlie Sheen esta realizando una serie con el mismo nombre de esta película "anger managment". Parece que dominar la ira es y fue una búsqueda incansable, no sólo representada en el cine, sino en las diversas religiones, como el budismo, hinduismo y también en la religión católica, constituyendo uno de los pecados capitales.
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La ira o rabia es una emoción que se expresa con el resentimiento, furia o irritabilidad. Algunos ven la ira como parte de la respuesta cerebral de atacar o huir de una amenaza o daño percibidos. La ira se vuelve el sentimiento predominante en el comportamiento, cognitivamente, y fisiológicamente cuando una persona hace la decisión consciente de tomar acción para detener inmediatamente el comportamiento amenazante de otra fuerza externa. La ira puede tener muchas consecuencias físicas y mentales. La ira es un patrón de comportamiento diseñado para advertir a agresores para que paren su comportamiento amenazante. Rara vez ocurre un altercado físico sin una previa expresión de ira de por lo menos uno de los participantes.5 Mientras la mayoría de los que experimentan ira explican su despertar como un resultado de "lo que les ha pasado a ellos," los psicólogos apuntan que una persona irritable puede fácilmente estar equivocada porque la ira causa una pérdida en la capacidad de auto-monitorearse y en la observación objetiva.
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Enfoque Neuropsicobiológico:
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De acuerdo con investigaciones y con referentes como Dolf Zillmann, podemos decir que el detonante universal de la ira, o del enfado es la sensación de hallarse amenazado, no sólo fisicamente, sino desde cualquier aspecto, sea esta una amenaza simbólica para nuestra autoestima, o nuestro amor propio; podríamos entonces estar hablando de un mal trato, de un insulto, de un menosprecio, o de la amenaza a la posible consecución de nuestros objetivos.
Todas ellas actúan de la misma manera detonando una respuesta en nuestro cerebro que tiene lugar en la zona límbica y que tiene un efecto doble sobre el cerebro:
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Por un lado libera la secreción de catecolaminas. Estas son un grupo de sustancias que incluyen la adrenalina, la noradrenalina y la dopamina, y cumplen la función de generar un aumento puntual y rápido de la energía; la necesaria para emprender una acción decidida al evento amenazante, tal como podría llegar a ser la lucha o la huida. La descarga de energía perdura el tiempo que sea necesario de acuerdo a la magnitud que nuestro cerebro haya dado a la amenaza.
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Por otro lado existe otra oleada energética, esta activada por la amígdala, que permanece aún más tiempo que la anterior y se mueve a través de la rama adrenocortical del sistema nervioso, excitándola. Su función es la de dar el tono general adecuado a la respuesta. Esta excitación puede durar horas o incluso días si se alimenta adecuadamente el estado de alerta. De esta manera nuestro cerebro se mantendrá particularmente sensible, en estado de alerta y predispuesto a la excitación nerviosa; tranformándose en un dispositivo fisiológico que las reacciones subsecuentes se produzcan con especial celeridad. Cuando esto sucede la persona es proclive a enfadarse por cualquier cosa, incluso situaciones insignificantes de manera más reactiva; es lo que explicaría porque una persona tiende a enojarse cuando ya tuvo alguna situación de ira durante el día, o cuando está particularmente estresado.
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De este modo, después de un duro día del trabajo, una persona se sentirá especialmente predispuesta a enfadarse en casa por las razones más insignificantes —el ruido o el desorden de los niños, por ejemplo—, razones que en otras circunstancias no tendrían el poder suficiente para desencadenar un secuestro emocional.
Cada uno de los nuevos pensamientos o percepciones irritantes se convierte en detonante de una nueva descargad de catecolamina, por parte de la amígdala, que se ve fortalecida por el impulso hormonal precedente. De esta forma aumenta vertiginosamente la escalada del nivel de excitación fisiológico.
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Así lo explica Dolf Zillman quien considera la escalada del enfado como «una secuencia de provocaciones, cada una de las cuales suscita una reacción de excitación que tiende a disiparse muy lentamente». En esta secuencia, cada uno de los pensamientos o percepciones irritantes se convierte en un minimo detonante de la descarga catecolamínica de la amígdala, y cada una de estas descargas se ve fortalecida, a su vez, por el impulso hormonal precedente. De este modo, una segunda descarga tiene lugar antes de que la primera se haya disipado, una tercera se suma a las dos precedentes y así sucesivamente. Es como si cada nueva descarga cabalgara a lomos de las anteriores, aumentando así vertiginosamente la escalada del nivel de excitación fisiológica que finalmente desembocará fácilmente en un estallido de violencia.
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En este momento, la persona se siente incapaz de perdonar y se cierra a todo razonamiento. Todos sus pensamientos gravitan en torno a la venganza y la represalia, sin detenerse a considerar las posibles consecuencias de sus actos. Este alto nivel de excitación, afirma Zillman, «alimenta una ilusión de poder e invulnerabilidad que promueve y fomenta la agresividad», ya que, «a falta de toda guía cognitiva adecuada», la persona enfadada se retrotrae a la más primitiva de las respuestas. Es así cómo las descargas límbicas prosiguen su curso ascendente y las lecciones más rudimentarias de la brutalidad terminan convirtiéndose en guías para la acción.
En este momento, la persona se siente incapaz de perdonar y se cierra a todo razonamiento. Todos sus pensamientos gravitan en torno a la venganza y la represalia, sin detenerse a considerar las posibles consecuencias de sus actos. Este alto nivel de excitación, afirma Zillman, «alimenta una ilusión de poder e invulnerabilidad que promueve y fomenta la agresividad», ya que, «a falta de toda guía cognitiva adecuada», la persona enfadada se retrotrae a la más primitiva de las respuestas. Es así cómo las descargas límbicas prosiguen su curso ascendente y las lecciones más rudimentarias de la brutalidad terminan convirtiéndose en guías para la acción.
Esta condición fisiológica explicaría solamente los tipos de enfado relacionados con esa reacción súbita que experimentamos en determinados momentos, frente a la percepción concreta y real de un peligro. Pero también existen otros estados emocionales vinculados con la ira, tal vez de manera más calculada y premeditada. En este caso estaríamos hablando de la venganza o las reacciones que suscitan la infidelidad y la injusticia. Enfados que creemos que tienen una buena razón y que activan mayoritariamente la zona del neocórtex, llevando a una respuesta más calculada y a largo plazo.
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Lic. Rodolfo Falcón.
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