Yo no creo en nada.
Yo no tengo religión.
Yo no tengo ningún dios, incluyendo los dioses del dinero, de la ciencia y del ateísmo.
Yo no defiendo ninguna idea fija acerca de la realidad, incluyendo esa.
Yo veo el cielo y el infierno, el karma, la reencarnación y la búsqueda de la iluminación como hermosos cuentos de hadas.
Yo no tengo ningún gurú, ningún linaje, ningún maestro y sin embargo, aprendo con todo.
Yo veo a la duda y al profundo misterio como mis compañeros más confiables.
Yo no recorro ningún camino, excepto el que se va revelando directamente ante mí.
Yo no tengo ningún hogar, excepto este sagrado momento.
Yo no confío en nada, excepto en cualquier cosa que suceda.
Yo no encuentro ningún sentido en la vida, excepto el de vivirla sin miedo.
Yo sé que hoy puede ser mi último día.
Yo me siento agradecido por todo lo que se me ha dado y por todo lo que se me ha quitado.
Yo veo la limitación inherente que posee el lenguaje y aún así, amo jugar con él.
Yo veo el ridículo de utilizar las palabras "Yo", "mí", "mío", y aún así disfruto utilizarlas.
Yo me doy cuenta que no soy mi historia, y me doy cuenta que incluso eso no es verdad.
Yo encuentro imposible decir algo acerca de mí, porque la experiencia cambia todo el tiempo.
Yo encuentro fácil hablar de mí, porque aquello que soy nunca cambia.
Yo sé que en el fondo soy profundamente igual a ti.
Yo sé que estas frases son pálidas imitaciones de la verdad.
Yo no creo en nada.
Yo no tengo religión.
Excepto cada respiro.
Y un asombro cada vez más profundo.
Jeff Foster
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