lunes, 29 de abril de 2013

EL CEREBRO DE UN MONJE QUE MEDITO TODA SU VIDA

El cerebro de un monje que meditó toda su vida...

Las neurociencias nos permiten hoy conocer detalles de lo que ocurre en nuestras cabezas cuando pensamos y sentimos. Es un cambio formidable, explica este especialista.

Es doctor en biología molecular de la UBA, realizó su tesis doctoral en la Universidad de Montpellier en Francia y estudió y enseñó durante cinco años ciencias biológicas en la Universidad de Harvard. Al volver al país, su carrera pegó un salto: a los 42 años, enseña neurociencias en las carreras de Economía y Administración de Empresas de la Universidad Di Tella y su libro “Ágilmente” (Sudamericana, 2013) se convirtió en best-seller. Participó de varios ciclos de conferencias y documentales sobre neurociencias, y un dato más en su haber: asistió como una suerte de coach motivacional al plantel de River, en la preparación final del torneo de la B que definió el regreso del cuadro a primera división. Arranca la conversación advirtiendo: “Dos cosas que me gustaría aclarar. La primera es que yo no soy un gurú ni una eminencia de la neurociencia, no soy el argentino que más sabe de neurociencia. Esos rótulos me han traído muchos dolores de cabeza con mis colegas; algunos de ellos sí son gurúes de la neurociencia y saben mucho más que yo. Yo soy un biólogo molecular y divulgo neurociencias. No trabajo ‘en neurociencia’, no toco neuronas ni investigo pacientes (lo hice durante muchos años), ahora no lo hago más. Pero por respeto a los que lo siguen haciendo, divulgo su trabajo y tengo una exigencia científica para hacerlo, leo los papers que se publican y me entrevisto con los científicos que más se destacan en este campo tan fascinante”.

¿Cómo es que un biólogo se vuelca hacia la innovación empresarial?

En mi caso, arranca con dos eventos muy importantes, cuando estaba en Boston, estudiando y enseñando en Harvard. Yo venía de estudiar siete años en la UBA y de hacer un doctorado en Francia, países bastante parecidos en cuanto a la importancia que se le da a la universidad pública y a la ciencia básica. En mis cursos eran todos biólogos o científicos y empecé a detectar que había muchos biólogos pero también varios otros que venían de las ciencias empresariales. Al principio, reaccioné con los típicos prejuicios. ¿Qué hace éste que quiere ganar plata escuchando sobre genética o biología molecular? Fui abriendo mi cabeza, empecé a escucharlos y a notar que las clases eran mucho más interesantes. Lo que sucedía es que había una gran heterogeneidad de formas de ver el mundo con aspectos que podían incidir directamente en la vida práctica.

¿Y la segunda razón?

Es un episodio que tengo con monjes budistas en un supermercado en Boston. Yo vivía muy estresado en Boston. Es más, siempre cuento que me quedé pelado ahí del estrés. Estos monjes siempre me sonreían y un buen día, cuando los cruzo en el supermercado, les pregunto “¿por qué se ríen todo el tiempo?, ¿cómo puede ser?; decíme lo que estás tomando”. Entonces, sacan un volante y me invitan a una charla del Dalai Lama en el MIT de Massachussets. Hacía muy poco que habían caído las Torres Gemelas y era la primera vez que el Dalai Lama iba a hablar allí. En esa charla veo en una resonancia magnética nuclear, en vivo, el cerebro de un monje budista que había meditado toda su vida y me impresionó mucho observar dos o tres áreas del cerebro -como el área del foco y de la concentración-, mucho más desarrolladas que las de cualquier doctor en biología molecular de Boston. Esos dos episodios (tener clases con empresarios o futuros empresarios y ver el mundo oriental, lo que ellos enseñan y piensan, pero con tecnología occidental) sembraron las grandes semillas para que, a mi vuelta al país en 2006, decidiera volcarme a una aproximación diferente de la ciencia a la vida de la gente.

¿Se cansó del laboratorio?

El trabajo científico es muy apasionado, arduo y de mucho fracaso. Obviamente que cuando funciona es increíble y es admirable la gente que se dedica a ello. Yo me di cuenta, a los 33 años, que no quería hacerlo más, no porque me fuera mal o me pareciera algo inconducente, sino porque no encajaba con mi felicidad. Entonces me planteé cómo puedo hacer con mis conocimientos y los de mis colegas que van a seguir creando conocimiento, para mejorar en algo la vida de la gente. Hice una maestría en negocios y empecé a conectar las neurociencias con los procesos de innovación en las empresas para aumentar la eficiencia en el trabajo a partir de promover la creatividad.

¿Cómo es eso de relacionar creatividad con eficiencia?

La forma de trabajo en las empresas u organizaciones más exitosas entiende que rompiendo rutinas, promoviendo la confianza, estimulando aspectos de nuestra inteligencia que no solemos tener en cuenta, se mejoran los resultados. Las neurociencias aportan técnicas para aumentar nuestra creatividad en todos los órdenes. Hay experimentos en compañías donde durante un año dividen a su gente en 2 equipos. Uno trabaja como siempre y otro con estas técnicas, y le miden la conectividad en el cerebro antes y después de ese año, y resulta que hay cambios importantes.

¿Se puede medir la conectividad de las neuronas en nuestro cerebro?

Sí, claro.

¿Cómo se hace?

Hay distintos resonadores, que miden la cantidad de conexiones entre las neuronas. Cuantas más conexiones tenemos en un área de nuestro cerebro, dicho de manera fácil, más eficiente es esa área. Es como cuando ejercitamos nuestros músculos o practicamos un deporte. Se ve la mayor actividad neuronal porque el área se hace más densa. Los avances tecnológicos nos permiten introducirnos en nuestro cerebro, hacer experimentos con personas, donde uno les hace realizar distintas actividades y mientras se puede ver qué le está pasando en la cabeza. Qué áreas se activan más que otras, comparar pacientes con personas sanas, gente triste con contenta; ese tipo de tecnología permite cada vez más entender cómo funcionamos, cómo pensamos y sentimos.

¿Podemos trazar un mapa cerebral de las emociones y las ideas?

Algo así. Sabemos que el hemisferio izquierdo está relacionado con la lógica, la deducción, el análisis matemático, el habla, la palabra, el lenguaje. El derecho, con la intuición, la empatía, la creatividad, lo holístico. El derecho ve el todo y el izquierdo es más analítico, va más al detalle. La diferencia hoy en las organizaciones, en los países, en las empresas, o en los grupos sociales que se reúnen con un propósito común la hace la gente que tenga entrenado todo su cerebro, no sólo su lado izquierdo. Así imagino entonces la escuela del futuro. Por ejemplo, a la mañana tenés matemática, después tenés empatía, historia, intuición, vas a almorzar y después tenés creatividad, emociones negativas, educación cívica ... Así vas a estar entrenando los dos hemisferios.

Suena tan apasionante como temerario …
De ahí a poder explicar cómo somos y programar conductas, no sé si eso va a pasar algún día. Cómo se forma nuestra personalidad, por qué somos más buenos algunos y más malos otros son todos misterios que hoy no se pueden dilucidar y no sé si algún día va a suceder. Pero sí creo que las neurociencias están logrando enormes avances en dos grandes terrenos: el de la educación (cómo educar mejor a la gente joven para que tengan vidas más productivas, con mayor bienestar, y eso va a pasar, estoy convencido). El otro terreno tiene que ver con todo lo que son las terapias psicológicas, psicoanálisis, coaching, etc. Porque si entendemos cómo un cerebro cambia, podemos cambiar un equipo de trabajo y mejorarlo aumentando su creatividad; si entendemos cómo gestionar las emociones negativas, podemos hacer que la gente que está con mucho estrés o mucha ansiedad y miedo trabaje sobre ello para pensar mejor.

¿Nos comportamos como seres racionales o hay primero siempre una motivación emocional en nuestras acciones?

Lo que sucede es que el cerebro, como todo ser vivo, ha evolucionado a lo largo de la historia. Desde la biología, no desde una mirada religiosa, sabemos que descendemos de los monos; los monos de otros mamíferos y los mamíferos, de los reptiles. Cuando observamos el cerebro de un cocodrilo y de un humano vemos cosas muy parecidas, salvo que el nuestro tiene dos capas más: la de un mamífero y la del homo sapiens. Entonces, dentro del cerebro humano hay un cerebro que nosotros llamamos “reptiliano”, porque viene de esa época. Cuando los reptiles se convierten en mamíferos, hace 200 millones de años, no es que desapareció un cerebro y apareció uno nuevo. Es el viejo que continúa y se le suman neuronas, se convierte en el cerebro de un mamífero. Luego, hace cien mil años, se suma un tercero, el del homo sapiens. ¿En qué termina esto? En que nosotros, en nuestra cabeza, tenemos 3 historias o 3 cerebros: uno de reptil, uno de mamífero y el más propiamente nuestro. Estas historias compiten dentro nuestro permanentemente por tomar decisiones y definir nuestros comportamientos, nuestros hábitos y quiénes somos. La mirada científica hasta hace algunos años era que los humanos somos racionales, porque es lo que nos diferencia de los animales. Hoy la mirada es absolutamente opuesta: no es verdad, somos absolutamente emocionales, obviamente con rasgos racionales fuertes, pero tomamos muchas más decisiones de manera emocional que racional. Racionalmente podemos explicar por qué tomamos esa decisión; entonces parece que nuestra decisión fue racional. Pero si miramos en una resonancia magnética ampliada, en el momento en que tomamos esa decisión, veremos que sale de nuestro cerebro emocional.

Pero entonces, ¿las emociones no son problemas del corazón? ...

El corazón no tiene nada que ver con las emociones ni con el amor, está clarísimo que no. Hablamos del “cerebro emocional”; cuando hay amor o cuando te desenamorás, la química cerebral va cambiando, pasa por distintos estadios y eso provoca un cambio en la química hormonal, afecta nuestras pulsaciones, el ritmo cardíaco. Hay una connotación romántica que imagina un corazón caliente y sensible y una cabeza fría y racional, pero está claro que todo lo que nos pasa pasa por la cabeza y todos los órganos. Pensamientos y emociones pasan por nuestra cabeza.

Fabián Bosoer - Copyright Clarín, 2013.

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