Autor: Amina al-Yerráji -
...Sólo cuando cesa el agitado transcurrir de las olas,
el océano ilimitado muestra su serenidad eterna...
el océano ilimitado muestra su serenidad eterna...
(Un dicho sufi)
¡As-Salám Aleykum! (Que la Paz Sea con vosotros)
En esa corta frase de salutación está el fruto más sublime de la práctica islámica: La Paz Divina. El Islam es precisamente la Paz que mana de la Unidad. Esta tradición sagrada existe para que los corazones pueden llegar a contener esa Paz de la Unidad, para que la conciencia individual pueda establecerse en el centro infinito de la Paz Divina.
Cuando uno genuinamente saluda con la Paz de Al-láh, se abre en el corazón la posibilidad de recibir y aceptar al otro sin condiciones. Se hace posible operar desde el nivel de la Paz Divina, rindiendo nuestras vidas individuales, aparentemente autónomas, ante la Fuente de la Paz. El que recibe el saludo, a su vez, responde de igual forma, pero invirtiendo el orden de las palabras: Aleykum Salám: "Que con vosotros sea la Paz." Este es el saludo del Islam.
En la escritura sagrada del Islam, en el Corán revelado en el corazón del Profeta Muhámmad, que la Paz sea con él, podemos encontrar dos términos que se refieren a la Paz. Uno de ellos es sakínah y alude a una paz que tiene connotaciones de sosiego, quietud y tranquilidad. A un estado con un matiz excepcional, porque sólo se recibe en el corazón humano como una gracia de Al-láh. El Corán menciona: ...Él es quien hizo descender la sakínah en los corazones de los que creen para así intensificar (la luz de) su iman...1
El otro término que se traduce comúnmente como paz es salám, pero en árabe tiene acepciones que le dan un significado mucho más amplio que el español e incluye un sentido de certeza, de libertad, de perfección y permanencia que no corresponde exclusivamente a la realidad impermanente de este mundo, hace referencia también a la realidad del espíritu, a la realidad que está más allá del tiempo y el espacio.
Pero quizás lo que hace a la paz algo central en nuestra tradición es que Salám es uno de los nombres con los que la Fuente Primordial del Cosmos se describe a Sí Misma; es uno de los adjetivos que emplea para dejarse conocer íntimamente. La Paz es una de las energías o atributos que despliega la Realidad Una que se manifiesta en la multiplicidad que perciben nuestros sentidos.
Este atributo divino As-Salám no puede ser separado de los demás porque la Realidad Única que se hace llamar Al-láh en la escritura revelada, es indivisible. El corazón humano es un reflejo perfecto de esa Unidad Indivisible. Develándose a Sí Misma, la Realidad nos informa: El cielo y la tierra no pueden contener Mi inmensidad pero el corazón de Mi amante fiel me contiene.2
Nuestro corazón es un reflejo de Dios. Si hemos de encontrar la Paz, es en nuestro interior, en el corazón, que hemos de buscarla. Esta dimensión del Ser Divino, este estado del corazón, no es una fabricación humana. Para tener acceso a la paz tomamos refugio en Al-láh, la Fuente de la Paz; nos volvemos recipientes vacíos para poder ser llenados con Su Paz; invocamos Su Nombre en y desde nuestro corazón ¡Yá Salám! ¡Oh Paz!, porque el nombre es la puerta hacia el reino de la realidad que se nombra, y Sus Nombres son la llave que abre el acceso a Su realidad.
La paz es el estado natural del ser humano que vive en armonía con la Realidad Divina. El sufismo, la tradición mística de la religión islámica, parte de la premisa de que sólo la Realidad Divina tiene existencia real.
Toda entidad manifestada en el cosmos tiene, por así decirlo, una existencia prestada. Es decir, nada existe fuera de, aparte de, o independiente al Uno Auto-Manifestado. En otras palabras, todo lo que existe, sin excepción, tiene como sostén la Unicidad Divina; en todo subyace la Entidad Divina. Dicen, con razón, que un ejemplo vale más que mil palabras. Tomemos como ejemplo un vitral. Éste despliega una multiplicidad de colores cuando la luz brilla a través de él. A pesar de que percibimos la coloración múltiple de la luz, sabemos que la luz, en sí misma, no se ha coloreado por ninguno de los colores que manifiesta el cristal. La esencia de la luz, sabemos, es Una, inalterable. Y también sabemos que este carácter inalterable de la luz no nos impide percibir la multiplicidad de colores. Así, la Realidad Única, permanece inalterable mientras se manifiesta a través de toda existencia. Por ello, para el místico sufi, la célebre afirmación Dios era y nada era con Él, no se refiere a las condiciones previas a la creación o a la manifestación del universo. Para el derviche, ésta es la verdad del Ser, cuya validez trasciende los límites del tiempo. En efecto: Dios es, será, y no hay, no ha habido y no habrá jamás, nada aparte de Él, porque en realidad no existe nada en todo el Reino del Ser que legítimamente pueda ser calificado como otro. Es decir, el azul específico que filtra el vidrio, nunca podrá ser legítimamente considerado como algo aparte o independiente de la luz única e inalterable que le presta su realidad, su capacidad de brillar.
Esta realidad ontológica; la Unicidad del Ser, la Unicidad de la Existencia, que intentamos abordar en estos momentos, está contenida en otro nombre revelado: LÁ ILAHA ÍL-LA LÁH, que quiere decir: Dios es la única Realidad. Es decir, en toda forma de existencia no hay nada real excepto Dios. Esta es la certeza fundamental que enlaza a todo practicante del Sufismo.
Esta tradición de sabiduría trascendente nos exhorta a experimentar la Unicidad en nuestras vidas temporales. Es decir, no nos estamos refiriendo a un enunciado teológico o filosófico destinado a permanecer en el reino de la abstracción intelectual. La práctica activa de esta tradición sagrada está misericordiosamente diseñada para conducirnos a la experiencia de la Unicidad; la experiencia de unión absoluta del alma individual y la Fuente primordial del Universo.
Esa Fuente es Inconcebible por su propia naturaleza. Es el Misterio de los Misterios. Sin embargo, a través de las escrituras sagradas, entre las cuales el Corán es la más reciente pero no la única, esa Fuente Absoluta se revela a sí misma en la modalidad del lenguaje gramatical. Es ahí que nos informa que su naturaleza primordial es la Compasión y la Misericordia. Esta Compasión, el más intenso grado de amor incondicional, es la Realidad Única que abraza todas las cosas: en árabe, Rahmán ir-Rahím.3 Por Amor, el Uno trajo todas las cosas de la no-existencia a un estado de existencia manifiesta en el cosmos donde ahora tienen la capacidad de percibir, disfrutar y vivenciar sus características y las de su entorno.
Si comparamos la manifestación de la creación, ‹el arribo de las criaturas al estado de existencia temporal‹, con una exhalación de esa Realidad Absoluta, podemos decir que todo lo manifestado, todas las criaturas y todas las cosas no son sino Sus palabras. Al interior de Su Aliento se desarrolla la vida visible e invisible del cosmos. Las palabras dependen del Aliento para existir pero el Aliento no necesita de las palabras. Su Aliento lo subyace todo. Como infinidad de palabras impresas en un papel, cada una es diferente de la otra, pero todas son esencialmente la misma tinta. En Su Acto Creativo, al exhalar, Dios no habla porque una fuerza externa lo obligue. Habla porque su naturaleza es la Compasión y quiere, añora, compartir Su Existencia. ...Yo era un tesoro oculto y quise ser conocido, por eso creé la creación...4
El grado más profundo posible de paz que experimenta el sufi en su corazón emerge de la experiencia del abrazo de esta Compasión esencial.
Estas palabras, estas analogías no pretenden develar el misterio divino, porque... ¿Cómo pueden las solas palabras abarcar al que las enuncia? ¿Cómo pueden las olas sondear la profundidad del Océano? El sufi no cae preso de conceptos o esquemas que intenten apresar el Misterio Divino. Cualquier concepto, por más avanzado que sea, sólo podría limitar a la Realidad Divina. El sufi no intenta concebir lo Inconcebible. Ante Su Inconcebilidad, el sufi se declara deslumbrado, embelesado por el Misterio. No puede sino postrarse ante Él, en medio de la perplejidad y la ebriedad infinitamente amorosa que le inspira. De ahí que para el sufi la sumisión perfecta a la Realidad Única sea la única respuesta posible. El significado literal de la palabra Islam es sumisión, cuya raíz gramatical es precisamente Salám).
En esta tradición, la sumisión tiene connotaciones de libertad, de suavidad, de paz real. No es un sometimiento ciego o quejumbroso, sino un estado de aceptación positiva de la iniciativa divina en todo acontecer, interno y externo, que hace emerger en el practicante la libertad que le permite vivir en armonía con la Realidad Absoluta, con la Matriz Primordial que se llama a sí misma Rahmán.
El sufi descubre que sólo olvidándose de sí mismo, se aclara el recuerdo de su propio origen divino. El sufi, lleno de añoranza por su hogar, por el lugar luminoso de su procedencia, opta por abandonar los reclamos de un sentido temporal pero profundamente equivocado de existencia propia; opta por ignorar los reclamos del falso "yo" y el falso "mío" que lo alejan cada vez más del retorno conciente, de la unión conciente con la Fuente de su ser. El sufi opta por perderse para siempre en la apasionada alabanza a la íntimamente amorosa Realidad Verdadera, Al-láh.
Más allá de todos los niveles del sendero místico que transita gozoso, aún más allá, el sufi encuentra la más elevada estación a la que tiene acceso su ser, islam-ía, la perfección de la sumisión de lo finito a lo Infinito. Esa sumisión es la transparencia perfecta a la Naturaleza Divina,5 el desplome de todo velo de aparente separación entre el alma individual y la Fuente que le da origen, es lo que podemos llamar el misterio del compañerismo eterno de la luz divina dentro de la luz divina. Interiormente el sumiso es ahora un vasto vacío, que se llena a cada momento por la dinámica divina. La Paz de esta bendita vaciedad rebasa toda comprensión.
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