Vicente: … y habida cuenta que el ser humano se está moviendo en tres dimensiones distintas, pero muy compenetradas, como son el plano físico, el mundo emocional y la mente, cabe decir que al hablar de ciencia de desapego a una humanidad inteligente de nuestros días, (lo que intentamos) es buscar el desapego hacia el mundo de la mente, o sea, de los pensamientos, hacia el mundo de las emociones, es decir, actuando sobre los deseos, y también sobre las sensaciones del cuerpo físico.
Bueno, ustedes dirán que esto ya lo sabemos, yo también lo sé, todos lo sabemos, pero no se trata de saber, se trata de aplicar, pues una cosa es el poder y otra es la responsabilidad de este poder. La responsabilidad siempre nace por el discernimiento, fruto del discernimiento es la voluntad y el propósito espiritual de realizar, entonces, cuando hablamos del desapego nos referimos al ser humano inmerso en un mundo conflictivo como el nuestro, dentro del cual todos sin ningún género de dudas estamos adheridos, estamos apegados a acontecimientos, a personas, a ideas, y todas estas cuestiones de tipo nacional, internacional o local, que conturban nuestro ánimo y llenan de complejos nuestra vida.
Bueno, esto es muy natural en un mundo en donde se rinde culto a las sensaciones y a la ilusión de los sentidos y al maya de todas las convicciones existentes, y desde el momento en que el individuo se da cuenta en cierta medida de que está apegado a algún hecho personal o acontecimiento, y se da cuenta al propio tiempo que este apego es negativo para su propia evolución psicológica, empieza la lucha por este descubrimiento del ser inmortal que todos llevamos dentro y que tiene como objetivo supremo la liberación.
Es decir, que estamos muy limitados para hablar de libertad, una palabra hueca como la palabra Dios, ¿verdad? Porque…, qué sabemos de libertad, es una palabra, un tópico, y esotéricamente sabemos que los tópicos no nos sirven para nada, y que cuando hablamos de apego nos referimos a la liberación de todos los tópicos existentes, incluida la idea de Dios y la idea de libertad. Porque el último apego que tiene el ser humano es el apego a la propia liberación o a la propia idea de Dios o la propia idea de libertad.
Desde el momento en que la persona se siente libre deja de pensar en términos de libertad, deja de hablar de la libertad, deja de expresar la libertad como una simple utopía mental. Cuando sucede este raro hecho en la vida de la naturaleza –utilizo muy intencionadamente esta palabra, intencionalmente–, cuando el individuo está inmerso dentro de su propia libertad, que es la libertad del Universo, que es la libertad de la Naturaleza, automáticamente se crea dentro del ambiente social del mundo un centro de revolución.
Revolución contra todo lo establecido, y no es que la persona se sienta revolucionaria, simplemente está expresando libertad en un mundo que no la posee, y (en el cual) se produce una reacción contra el hombre que posee esta libertad, y todas las épocas de la humanidad, desde los tiempos de la barbarie primitiva hasta nuestra era técnicamente civilizada, siempre ha habido una reacción del ser humano mediocre, de lo más corriente, contra el hombre superior, y me pregunto si podremos cambiar ese estado de cosas, porque el hombre que se siente libre no lo expresa con palabras, es un centro de radiación espiritual, un centro de radiación de la propia libertad que ha conquistado, y para este individuo no existen tópicos.
La utopía ha desaparecido, la idea de Dios se ha convertido en la presencia íntima de Dios, en la conciencia de Dios, si podemos decirlo así, y también a este aspecto esencial en la vida de la humanidad, a la cual se refirió tantas veces Cristo, de que el hombre que se siente investigador esotérico –le damos místicamente el nombre de discípulo– se convierte en un granito de sal en la tierra, le da sabor a la existencia del mundo, de la misma manera que una pequeña porción de levadura hace crecer una gran masa de harina. Así parece ser que es el hombre liberado, el hombre que alcanzó la libertad, y que por haber conquistado esas atribuciones del Ser Supremo está testimoniando la vida de la naturaleza y se convierte, por así decirlo, en el brazo derecho de la humanidad.
Bien, ustedes dirán que eso también son palabras, lo que se trata aquí juntos, pensando y sintiendo en términos de libertad, y no simplemente hablando en términos de libertad, de ver si podemos aproximarnos más estrechamente a esta libertad suprema que constituye la esencia pura de nuestro ser. Seamos conscientes de que paralelamente a la vida social del hombre, a la vida de la actividad cotidiana con sus problemas y dificultades, lo que podemos llamar razones kármicas, existe también otra vida que desconocemos, una vida…, no me atrevo a llamarla espiritual porque es una palabra…, pero existe una porción de vida trascendente que corre a la par de la conducta social, y que aparentemente hemos desligado del devenir de nuestra vida, lo mismo que hace el aspirante cuando separa una porción de su vida para dedicarla a la meditación.
No voy en contra de la meditación, estén ustedes atentos a lo que voy a referirme, la persona medita a horas fijas, ha establecido un horario, un ritmo, y se sujeta a aquel ritmo, lo cual definitivamente puede ser una falta de libertad, porque se ha condicionado a un ritmo, en tanto que para mí la meditación es algo consustancial con la propia vida. La flor está meditando, ¿verdad?, el árbol está meditando, está viviendo, la nube que pasa también está meditando, el Universo entero está meditando, el único que no medita es el hombre, (porque) está entregándose a las prácticas de la meditación como si la meditación fuera algo aparte de su propia existencia.
Ahora bien, qué ocurrirá el día en que el hombre medite las veinte y cuatro horas del día, entonces el día se hace la noche, por así decirlo, (se trata de una vida) que no tenga lugar a fracciones de su propia vivencia, que no establezca diferencia en su vida social y en su vida espiritual, y que todo sea, o una vida plenamente social, o una vida realmente espiritual, pues es la misma cosa. ¿Por qué separamos la vida?, ¿no será porque nos falta libertad?
Libertad de acción, libertad de elección, libertad en todos los sentidos, las complejidades de nuestra propia vida nos está obligando a meditar, pero a veces la meditación se convierte astutamente en la añagaza del yo para separarse de sus propios problemas sociales; de la misma manera el hombre social entregado a la lucha social se olvida de la vida espiritual.
Entonces, cuando yo hablo de libertad me refiero a este punto de equilibrio que existe inexorablemente entre la vida social y la vida llamada espiritual. ¿Acaso no son la misma cosa? ¿Podemos separar algún fragmento del propio Dios? Si Dios es la totalidad evidentemente no podemos separar ni uno sólo de sus infinitos fragmentos, y nosotros somos fragmentos de esta Divinidad.
De la misma manera, y aplicando el sentido íntimo de la analogía, no podemos separar una porción de nuestra vida para hacer algo aparte de lo que es la vida total del día o de la noche, o la total existencia con sus problemas y dificultades y ese momento en que decimos “vamos a buscar la iluminación, vamos a buscar la protección, vamos a buscar a través de la meditación, de la plegaria, o de la oración, un punto de contacto con el Ser supremo”, lo cual parece negar la gran verdad esotérica de que si Dios está en todas las cosas y en todos los hechos, y en todos los acontecimientos, al separar arbitrariamente una fracción de la otra, estamos dividiendo al propio Dios dentro de nuestro propio interior ¿Se dan cuenta? La cosa es muy sencilla.
Me pregunto si hemos llegado a este punto rotundo de síntesis dentro del corazón. Dentro del alma existe una libertad de acción que está más allá de toda disciplina impuesta por el yo, y no digo que la disciplina no sea algo natural en la vida de la naturaleza, pues, ¿acaso un ritmo dentro de la vida de la Naturaleza no es un ejercicio o una disciplina que se ha impuesto el propio Dios? ¿Acaso no son disciplinas las estaciones del año, o los meses del año, o los días de la semana, o las horas del día, o las revoluciones de la Tierra alrededor de su eje, o su vuelta alrededor del Sol? ¿Acaso no es una disciplina? Pero es una disciplina sin autoimposición, es una disciplina natural impuesta por el libre ejercicio de la propia voluntad, pues Dios evidentemente en su Universo no prestará más atención a un día que a un año, o a una fracción de su pequeña vida, o de gran vida, con la gran vida que constituye la totalidad del Universo. Es el caso de Krishna y Arjuna, Krishna es la totalidad y Arjuna es el fragmento, y todos cuantos hayamos estudiado el Bhagavad Gita sabremos estas cosas. Pero, ¿qué hemos hecho?, hemos cogido a Krishna, lo hemos metido dentro de la pequeña vida de Arjuna y lo hemos allí limitado, lo hemos condicionado, y hemos dicho “ya poseo a Dios, ya poseo la libertad”, (pero) únicamente se está poseyendo su propio fragmento de la libertad de Dios.
Bien, se trata de algo que aparentemente es filosófico, pero yo creo que es algo social y espiritual al propio tiempo, que constituye parte de nuestra propia evolución, si es que podemos darnos cuenta de esta acción, que no es limitadora, que es el enclave de la propias consecuencias divinas de nuestro corazón. Y, naturalmente, ahí surge el gran problema de nuestra vida, el gran reto de la existencia, el ser o no ser que ha imperado en las mentes de todos los hombres que se preguntaron el porqué de las cosas, el porqué de su procedencia, el porqué de sus actividades en el presente y el porqué del objetivo que nos tiene reservado el propio Dios, lo cual significa que estamos inmersos en un mundo conflictivo donde el karma tiene más potencia que nuestra propia voluntad, y no podemos hablar de libertad en tanto el karma esté por encima de nuestra pequeña noción de libertad.
Es verdad, todos estamos dentro de este contexto natural, todos estamos tratando de vivir al amparo de razones esotéricas, de razones místicas, o de razones sociales, como ustedes quieran. Pero, me pregunto siempre si al final de nuestro destino no nos daremos cuenta de que hemos perdido mucho tiempo pensando fragmentariamente en un sector o en otro de nuestra vida, dando quizá más importancia a nuestra posición social, o relación social, y menos importancia quizá al mundo espiritual, o viceversa, quizá habremos asignado a nuestra vida espiritual una importancia superior al propio condicionamiento temporal de la sociedad donde estamos inmersos. Y éste es un motivo de gran meditación, si ustedes aceptan ese término sin darle el término que se le asigna arbitrariamente, el de separar un fragmento de nuestro movimiento de cada día para hacer algo que consideramos necesario.
Estoy hablando, por cuanto durante muchos años he estado en una escuela esotérica en la cual los estudiantes estaban preocupados por el devenir de sus estudios y de sus propias meditaciones, y estaban lamentándose, arrepintiéndose, sinceramente seguramente, de que no habían podido realizar su meditación en cualquier día del mes y que estaban entristecidos porque entonces no podían establecer como de costumbre su contacto diario con el Ángel Solar, o con el Yo Superior, o con el Alma en su propio plano, lo cual evidentemente es una negación de la propia espiritualidad del ser, por cuanto la meditación es la atención hacia todo cuanto sea realmente importante en la vida. Yo creo que no hay ningún momento en nuestra vida que no sea importante, busquen cualquier momento que no sea importante y díganme ustedes cuál es, y veremos a ver si es verdad; y por qué entonces tiene más importancia el momento en que estoy condicionándome a ciertas técnicas establecidas, o a ciertas autodisciplinas, o a cualquier momento en la vida del tiempo de cada día en que realmente somos importantes frente a la sociedad.
Bien, no quiero continuar porque espero que abramos un diálogo sobre estos puntos, porque siempre he creído que se han acabado los tiempos de las grandes conferencias y de los grandes enunciados de palabras y de razonamientos. Hoy día estamos inmersos todos dentro de un plano de igualdad social y espiritual, y dentro de este plano de igualdad podemos siempre establecer un diálogo cordial, dentro del cual seguramente podamos ampliar comentarios, podamos sentirnos más unidos, podamos vivir más de acuerdo con la propia realidad.
Vicente Beltrán Anglada
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