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domingo, 24 de febrero de 2013

EL HOMBRE NO TIENE LIBRE ALBEDRIO

EL HOMBRE NO TIENE LIBRE ALBEDRIO



Se nos ha dicho muchas veces que el hombre tiene libre albedrío. Sin embargo esa libertad es un atributo que corresponde a la cuarta dimensión, y no a mundos de expiación, como la Tierra, donde los espíritus encarnados en la materia no recuerdan quienes son, no poseen visión de totalidad, ni tampoco el discernimiento necesario para construir su destino.

Antes de encarnar en la Tierra, una entidad espiritual escoge la forma más adecuada de aprender lo que le falta. Según sea el proyecto, selecciona a los padres que le darán un cuerpo, el medio ambiente que le brindará apoyo, y las experiencias que tendrá que vivir para transformarse y crecer. Desde el Espíritu tiene la visión holística que le permite planear, entonces el diseño de su misión lo hace en forma parecida a como se tienden los rieles de un tren. Por esa carrilera fluirá su vida, con paradas obligatorias para dejar ir algunas relaciones y recoger a los pasajeros que tomarán parte en la siguiente actuación.

Una vez nacemos, las condiciones fijadas difícilmente pueden ya alterarse. No está en nuestras manos cambiar de familia, de nacionalidad, o de raza. Tampoco podemos modificar el cuerpo y la cara que tenemos, ni la fragilidad o fortaleza de nuestra constitución física. Nuestro ADN trae ya una información que codifica el grado de inteligencia, el talento y las inclinaciones de un recién nacido. De ahí en adelante, la vida nos muestra un rumbo y nos va llevando de una experiencia a la siguiente. El viaje puede ser difícil, cuando, en vez de aceptación, hay rechazo a nuestro programa evolutivo, y creamos fricciones que generan enfermedad y sufrimiento. O puede realizarse en la felicidad del aquí y el ahora, si aceptamos la vida como llega, y aprovechamos al máximo las oportunidades.

Las circunstancias que vivimos en este plano no son opcionales. Si escoges un camino, ¿están abiertas para ti todas las puertas? ¡No es así! La experiencia enseña que solamente encuentras acceso libre a las oportunidades que te corresponden. Pasamos de un rol al siguiente, desempeñándonos como hijos, padres, miembros de familia, amigos, compañeros de trabajo, y ciudadanos de la tercera edad, sin poder evadir ninguna experiencia, por dolorosa que esta sea, ni saltarnos ninguna etapa del recorrido. Cada faceta la pulimos lo mejor que podemos, pero siempre situados dentro de un marco que limita nuestras posibilidades.

La última estación de tercera dimensión se llama “la entrega”, allí el “hágase Señor tu voluntad” debe convertirse en acción consciente. La tarea es aceptar todo lo que en cada momento nos traiga la vida. Esa entrega total no es un sacrificio, si comprendemos que no hay nada que perder, ni existe una mejor opción que estemos cancelando. La voluntad del Padre está respaldada por la perfección de un plan maestro, si confiamos en él, podremos vivir sin luchas, ni conflictos interiores, sumergidos placenteramente en las aguas tranquilas de nuestra propia paz. Saber vivir es entonces disolver todo rechazo, y aprender a amar nuestro programa evolutivo.

Eso incluye: aceptarnos a nosotros mismos y amar nuestro cuerpo con todas sus características. Aceptar a los demás como son, sin pretender cambiarlos, y reconocer en ellos a nuestros entrenadores, que trabajan para hacer de nosotros los campeones del amor en acción. Además es fundamental aceptar cada evento nuevo como parte del engranaje perfecto para el cumplimiento del plan divino.

Cuando el hombre ha completado su aprendizaje y ya no tiene asuntos pendientes en este nivel de existencia, adquiere la libertad de regir su propio destino. Entonces es posible hablar de libre albedrío. Al trascender este nivel tridimensional, las posibilidades se amplían, y estarán ya regidas por las leyes de creatividad de cuarta dimensión. El libre albedrío se fundamenta en la capacidad de concentrar el pensamiento en lo que se desea, y mantener firme ese enfoque, sin dejar que se contamine con dudas, o con los condicionamientos de la mente lógica. Con el dominio del pensamiento, el individuo se convierte en co-creador de su propia realidad, porque “el poder del Padre actúa a través de él, y se hace uno con él”.

Noticias de la Ascensión, por Hortensia Galvis

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